Hablar de Juan O’Gorman es hablar del México moderno. Su obra nos acompaña sin que siempre lo sepamos: en bibliotecas, museos, casas, murales y hasta en rincones insospechados. Este año celebramos 120 años de su natalicio, y este especial comienza rindiendo homenaje a quien supo unir pensamiento, arte y forma en cada espacio que diseñó.
Su obra más emblemática, la Biblioteca Central de la UNAM, es una síntesis poderosa entre arquitectura y muralismo, construida con más de cuatro mil metros cuadrados de piedras naturales que narran la historia de nuestro país. Es, sin duda, una de las construcciones más reconocibles de la Ciudad de México y una de las mayores obras de integración plástica del siglo XX.
Pero el legado de O’Gorman no termina ahí. Fue él quien diseñó, entre 1931 y 1932, la Casa-Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo en San Ángel: dos bloques funcionalistas unidos por un puente que, además de estructura, es símbolo de una de las parejas más icónicas del arte mexicano. Con este proyecto, O’Gorman introdujo el funcionalismo en la arquitectura mexicana y lo convirtió en arte.
Su visión también transformó espacios públicos. En el Museo Nacional de Historia, dentro del Castillo de Chapultepec, pintó entre 1960 y 1961 el Retablo de la Independencia, un mural monumental que reúne más de ochenta personajes clave del movimiento independentista. Con mirada crítica y combativa, ahí plasmó también al pueblo, los grupos étnicos y las injusticias que marcaron nuestra historia.
En el Museo Anahuacalli, O’Gorman trabajó junto a Diego Rivera en un homenaje arquitectónico a lo prehispánico. La técnica que luego usaría en la Biblioteca Central, basada en mosaicos de piedra de colores, nació en este lugar. Más que un museo, es un templo moderno hecho de basalto, una fusión de tradición y modernidad.
Su arquitectura también tuvo momentos íntimos y radicales. En 1956, construyó su Casa Cueva en el Pedregal: una vivienda orgánica inspirada en Frank Lloyd Wright y Mathias Goeritz, donde piedra, vegetación y estructura se fundían en una sola forma. Aunque fue destruida, es considerada una joya perdida de la arquitectura fantástica. Aún puede visitarse el sitio donde estuvo, y una maqueta detallada permite imaginarla en su esplendor.
Incluso espacios populares como una antigua pulquería del Centro Histórico, conocida como “Los Fifís”, fueron intervenidos por su mano. Ahí decoró los muros con escenas del México cotidiano, llevando el arte a las calles. Aunque sus murales ya no existen, fotografías y grabados los mantienen vivos en la memoria cultural.
Su legado habita en piedra, pero también en la mirada de quienes
recorren sus casas, edicficios y museos.
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