Hay diseñadores que moldean objetos. Y hay otros, como David Pompa, que moldean universos. Su nombre se ha convertido en sinónimo de una nueva sensibilidad mexicana: una donde la artesanía y la industria dejan de ser polos opuestos para volverse parte de un mismo lenguaje poético.
Mitad mexicano, mitad austriaco, Pompa creció entre dos mundos que, lejos de fragmentarlo, le otorgaron una doble mirada: la precisión centroeuropea y la calidez material de México. En 2008 fundó su estudio en la Ciudad de México, donde comenzó un diálogo profundo entre lo ancestral y lo contemporáneo. Desde entonces, su obra ha redefinido el diseño hecho en México: sobrio, táctil, emocional.
Su sello es la belleza imperfecta. Las lámparas y objetos de Studio David Pompa no buscan ocultar el proceso, sino revelarlo: el trazo del artesano, la textura de la piedra, la sombra del fuego. Materiales como el barro negro oaxaqueño, la piedra volcánica, la cantera rosa o la palma tejida se transforman en piezas que parecen suspendidas entre la tierra y la luz. Cada uno de estos elementos conserva su historia, pero adquiere una forma atemporal, casi escultórica.
“Un material tiene una voz, y nuestro trabajo es escucharla”, ha dicho Pompa. Esa filosofía se siente en cada colección: Can, Meta, Palma, Ambra. Su estética es silenciosa, pero cargada de profundidad; su narrativa, minimalista, pero llena de alma. No hay artificio, hay esencia. En sus piezas, lo manual y lo técnico no se enfrentan: se abrazan.
En un mundo saturado de productos, Pompa crea objetos con propósito. Cada lámpara parece un manifiesto sobre el valor del tiempo, la paciencia y la identidad. En su estudio, la innovación no parte de la velocidad, sino del respeto: respeto al oficio, al error, al gesto humano. Lo suyo no es la nostalgia artesanal, sino una reinvención de lo hecho a mano bajo una mirada global.
Sus obras han viajado por ferias internacionales y galerías de diseño, de Milán a Nueva York, pero su raíz sigue hundida en México. David Pompa no exporta folklore, exporta verdad. Su trabajo habla de una generación que entiende que la modernidad no está reñida con la memoria.
Su universo es un espacio donde la piedra
respira, el cobre brilla sin ostentación, y la
luz —su gran protagonista— se convierte en
un acto de intimidad. En tiempos donde todo
parece acelerado, David Pompa nos recuerda
que la belleza está en lo que se hace con las
manos, pero sobre todo, con conciencia.
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