En la planicie tapatía, el Hospicio Cabañas, hoy Museo Cabañas, se erige como una de las joyas más puras del neoclásico americano. Concebido a finales del siglo XVIII por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, fue diseñado por el arquitecto Manuel Tolsá, genio valenciano que dejó en México obras de precisión y serenidad clásica. Su alumno José Gutiérrez dirigió la construcción del monumental edificio, que abrió sus puertas en 1810 como la “Casa de la Caridad y la Misericordia”.
El complejo (de una sola planta y 2.34 hectáreas) sorprende por su equilibrio entre luz, aire y proporción. Su disposición rectangular de 23 patios interconectados, rodeados por arcadas toscanas, creaba un entorno ideal para los huérfanos, ancianos y enfermos a quienes albergaba. La capilla mayor, coronada por una cúpula de 32.5 metros, se impone como un eje simbólico y visual que articula el conjunto.
La obra encarna los ideales ilustrados de funcionalidad y humanidad, una arquitectura que busca sanar a través del espacio. Su sobria fachada, de seis columnas dóricas y frontón liso, esconde una pureza estructural que ha resistido siglos de historia: cuartel, orfanato, escuela y, desde 1983, museo.
En su interior, los murales de José Clemente Orozco (1937-1939) transformaron la capilla en un templo del fuego creador. Su monumental “Hombre de Fuego” irradia movimiento y simbolismo, elevando el recinto a la categoría de Patrimonio Mundial por la UNESCO (1997).
Visitar el Museo Cabañas es adentrarse en la esencia de la arquitectura mexicana: racional, humana y profundamente espiritual. Un espacio donde piedra, arte y memoria se funden para contar, en silencio, la historia de un país.
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