Enclavada entre montañas, selva y mar, la Costa Alegre — entre Puerto Vallarta y Barra de Navidad— esconde una de las joyas más singulares de la cultura del agave: la raicilla. Este destilado artesanal, nacido en el siglo XVII como una forma de evadir los impuestos coloniales al mezcal, ha vivido a la sombra durante siglos. Hoy, resurge con fuerza como emblema de tradición y resistencia.
La raicilla se elabora de forma rústica y casi ritual. En comunidades como El Tuito, Cabo Corrientes y San Sebastián del Oeste, los maestros raicilleros cosechan agaves silvestres como la maximiliana o la lechuguilla, los cuecen en hornos de piedra bajo tierra, los muelen a mano o en tahonas, y dejan fermentar el mosto de forma natural. La destilación se realiza en alambiques de cobre o barro, lo que aporta sabores profundos, terrosos, ahumados o dulces, dependiendo del terroir y la técnica.
A diferencia del tequila, la raicilla no sigue un perfil estandarizado. Cada lote es único. Beberla es un acto de respeto: se toma sola, lentamente, a pequeños sorbos, acompañada de sal de gusano, frutas frescas o solo buena conversación.
Hoy, con denominación de origen y creciente reconocimiento, la raicilla se posiciona como uno de los destilados más auténticos de México. Recorrer su ruta en la Costa Alegre es explorar no solo una bebida con alma, sino una cultura que se resiste al olvido y florece entre montañas y costas tropicales.
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