200 años de oficio vivo

Mariana Muñoz, socia directora de Uriarte Talavera, habla sobre el legado, el proceso —minucioso y casi intacto desde el siglo XVI— y el futuro de este trabajo artesanal.

Por María Galland
4 de diciembre 2025

Si Puebla pudiera representarse con una sola gráfica, sería el trazo azul cobalto de la Talavera. En ese mapa simbólico, Uriarte Talavera ocupa un lugar central: además de ser el taller más antiguo del país, ha sido clave en la preservación del proceso artesanal, certificado por la Denominación de Origen y respaldado por la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (2019).

Cuando se le pregunta cómo han logrado mantener vivo el legado de la Talavera y, al mismo tiempo, adaptarse a nuevas generaciones, Mariana subraya la importancia del esfuerzo sostenido y de visibilizar el oficio en momentos clave. La Denominación de Origen en los años noventa y la declaratoria de la UNESCO en 2019 encendieron los reflectores sobre esta tradición. Internamente, explica, el peso histórico del taller, su ubicación en el Centro Histórico de Puebla, las visitas guiadas y contar con una tienda en Ciudad de México han ayudado a cultivar una comunidad fiel de coleccionistas y amantes de la cerámica auténtica. 

En cuanto a lo que define una pieza auténtica, aclara que no se trata de un solo paso, sino de una suma de factores: barros 100% naturales de la región, pigmentos elaborados en el propio taller a partir de óxidos minerales, secados lentos, dos hornos, un esmalte característico que aporta brillo, y pintura aplicada con pinceles de pelo de mula. En sus palabras: “La Talavera auténtica es manual de principio a fin”.

Sobre el equilibrio entre tradición y responsabilidad ambiental, Mariana reconoce que, si bien antes la cocción se hacía con carbón y leña durante más de una semana, hoy utilizan hornos de gas que completan el proceso en aproximadamente 12 horas. El reto más grande, sin embargo, es la merma: aquellas piezas que no pasan el control de calidad. Para reducir el desperdicio, han implementado la venta de pedacería para arquitectura y proyectos de upcycling —como terrazos con fragmentos, o colaboraciones en bronce y latón que transforman piezas con fallas estéticas en mesas o lámparas únicas—. También exploran la posibilidad de compactar fragmentos para fabricar bloques de construcción. 

Cuando se trata de conquistar públicos más jóvenes que aún asocian la Talavera con lo tradicional, su apuesta ha sido clara: colaboraciones con artistas plásticos, proyectos arquitectónicos y diseños más actuales, siempre sin traicionar el proceso. “La Talavera puede ser elegantísima en espacios contemporáneos”, afirma.

Finalmente, Mariana resume el legado que Uriarte busca dejar: que el oficio siga existiendo, que haya manos dispuestas a producirlo y personas que quieran adquirirlo. Y, sobre todo, que cuando alguien diga “Uriarte”, piense de inmediato en Puebla y en la Talavera como una identidad cultural viva.

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María Galland
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